CAPITULO IX
Eddie Chapman reaccionó.
Recordando la súbita luz aparecida en el ventanal de la torreta.
El asesino todavía estaba allí. En la casa.
—La policía... ¡Llama a la policía, Natalie! —exclamó Chapman, corriendo hacia el pasillo—, ¡Y enciérrate en el despacho!
Natalie, pálida como la azucena, tenía las manos a la altura de la garganta. Las bellas facciones deformadas por una mueca de terror que todavía se mantenía en su rostro. Quiso responder a Chapman. Negarse a cumplir aquella orden. Consciente de que sería incapaz. Sólo consiguió balbucear.
Y Eddie Chapman ya corría por la escalera que conducía a la planta superior.
Su diestra se apoderó del Smith & Wesson.
Se detuvo junto a la baranda. Unos instantes. Para orientarse en el camino a seguir. A la derecha. A la derecha se emplazaba la torreta.
Chapman avanzó.
Ahora con lentitud.
Con el revólver firmemente en su mano derecha.
Divisó los tres escalones. Y la pesada puerta de entrada a la torreta. Una gruesa hoja de madera con extraño pomo semejando una serpiente mordiéndose la cola. La puerta entreabierta. Dejando pasar un resquicio de luz.
Eddie Chapman tragó saliva.
Se hizo a un lado mientras empujaba con el cañón del revólver la hoja de madera. Fue descubriendo la estancia. La repisa superior. Las diabólicas estatuillas. El altar...
El horror hizo vacilar a Eddie Chapman. Un espeluzno que le envolvió de pies a cabeza. Agrandó los ojos. Incrédulo y aterrado por aquella alucinante escena. El revólver tembló en su diestra. Una fuerte sensación de náusea se apoderó de Chapman. Quiso retroceder. Escapar de aquel horror.; pero continuó allí. Bajo el umbral. Como paralizado.
La estancia se convirtió para Eddie Chapman en una enorme mancha roja.
Una mancha de sangre.
La cabeza estaba allí. En el altar. Sobre un libro abierto. Una cercenada y sangrienta cabeza. La cabeza de un hombre de avanzada edad. Con una indescriptible mueca en el rostro. La sangre, casi negruzca, trazaba regueros sobre las hojas del libro y el mármol del altar.
Y colgando del techo...
Un hombre y una mujer.
Engarfiados por la barbilla por descomunales ganchos. Como temeros en un matadero. Las vestimentas les identificaban como los sirvientes del conde Stratten. Se habían desangrado. Sangre que había ido goteando sobre un extraño circulo dibujado en el suelo. El garfio les desgarraba la carne paulatinamente. Los cuerpos se balanceaban como en una macabra y satánica danza ritual.
Fue un grito.
El desgarrador alarido de Natalie lo que hizo reaccionar a Eddie Chapman librándole de aquel espantoso espectáculo.
Corrió hacia la escalera.
Saltando los peldaños de tres en tres.
Natalie continuaba gritando. En desesperadas llamadas demandando auxilio. Desgarradores alaridos de terror.
Eddie Chapman llegó jadeante ante la puerta del despacho. Intentó abrirla, pero estaba cerrada con llave. Comenzó a golpear la hoja de madera.
—¡ Natalie!... ¡ Natalie!...
La única respuesta de la muchacha fueron sus angustiosos gritos.
Chapman retrocedió levemente. Apuntó con el revólver sobre la cerradura. Un solo disparo para seguidamente propinar un puntapié a la puerta. Esta se abrió con violencia. Encontró a Natalie en el centro de la estancia. Con la mirada hacia la entrada. El rostro desencajado y pálido. Temblando convulsiva.
Eddie Chapman trazó una rápida mirada por el despacho.
No había nadie con Natalie.
A excepción de... de el decapitado cadáver de Peter Stratten.
—¡ Maldita sea, Natalie!... ¿Por qué gritas? ¿Por qué no me has abierto la puerta? —Estaba... estaba ahí... Junto a la puerta...
—¿Quién? ¿De quién hablas?
—Yo... yo cerró la puerta —tartamudeó la muchacha—. Tal como tú me indicaste... Me disponía a telefonear a la policía... cuando sonó una voz... a mi espalda... Una voz ronca y gutural... una voz que no parecía humana... Y entonces le vi... ahí... junto a la puerta... cerrándome el paso... Era... era... Asfelgor...
Eddie Chapman hizo una mueca.
—¡Por favor, Natalie!... ¡Sé razonable!... Aquí no había nadie. Si te sugerí que cerraras con llave fue precisamente para evitar que fueras atacada mientras yo subía a la torreta. —Era... era Asfelgor... Recitó una oración al Señor de las Tinieblas... Al todopoderoso Satán...
—No te culpo, pequeña. Yo mismo empiezo a dudar de lo que acabo de contemplar con mis propios ojos en la torreta. Todo es... es demasiado aterrador.. Monstruoso...
—¿Se trata de...?
Natalie no se atrevió a girar hacia el decapitado cadáver que reposaba macabramente en el sillón.
—Es el conde Stratten. Le he identificado por ese cuadro.
—¿Quieres decir...?
—Si. Natalie. La... la cabeza está arriba. Junto con los cadáveres de los dos sirvientes. —Dios mío...
Eddie Chapman tomó a la muchacha por el brazo.
—He visto un teléfono en el hall... Vamos. Esperaremos fuera de la casa la llegada de la policía. El teniente Bennett no se alegrara de volver a verme.
Acompañó a Natalie hasta el auto.
Eddie Chapman, después de comunicar con la policía, retomó junto a la muchacha. Esta fumaba nerviosamente un cigarrillo. Sin controlar el visible temblor de sus manos. Todo su cuerpo presa de convulsiones.
—¿Tienes frío, Natalie?
—Eddie... tienes que creerme... Era Asfelgor. Sólo que ahora ya no tenía la mano amputada. Tenía sus dos manos. Y también el diabólico anillo.
Chapman parpadeó.
—¿De qué estás hablando?
—La última reencarnación registrada en los libros prohibidos sobre Asfelgor data de principios del pasado siglo. En Inglaterra. Tomó forma humana, aunque con un aspecto monstruoso... Era como un cadáver viviente. Aterrorizó la comarca. Celebrando demoníacas orgías, endemoniando a sus habitantes, aumentando sus discípulos a los que arengaba en sembrar el odio, la destrucción, la muerte... Violación de muchachas, sacrificios de niños... Nada parecía acabar con Asfelgor. Su anillo serpentino le hacía invencible. Un día, en feroz combate con cazadores de brujas, le fue amputada la mano derecha con un golpe de espada. Asfelgor fue retirado sin vida por sus discípulos. Momificaron su cadáver. Alguien, en aquel campo de batalla, se apoderó de la mano de Asfelgor. Con el anillo. Desde entonces se perdió el rastro, pero hay leyendas que hablan de orgías satánicas en honor de Asfelgor. Sus seguidores se multiplicaron por doquier. Los ritos a Asfelgor son celebrados con violaciones, desenfrenadas orgías, los más aberrantes actos sexuales, la brutalidad más cruel... Los más bajos instintos del hombre ensalzados por un individuo que mostraba en su diestra el anillo de Asfelgor. Luego desapareció. Nunca más se volvió a ver ni hablar de ese individuo poseedor del diabólico anillo. Pero sí proliferaron los cultos a Asfelgor.
—¿Y qué? Por supuesto que existe el culto a Satanás. Sylvia Jones, la diosa de Hollywood, se ha confesado entusiasta de las misas negras y la adoración al Diablo. Está de moda.
—Yo he visto a Asfelgor —replicó Natalie, angustiada — . A poca distancia de mi... Con sus llameantes ojos rojizos... Igual al momificado... Al que se venera en el Templo de Asfelgor. Aquí. En San Francisco. Fui a ver a ese templo... Para redactar el dossier sobre las sectas existentes en California... Pude contemplar a Asfelgor. En su pedestal. Momificado. Con el brazo derecho amputado a la altura de la muñeca... Un muñón... un muñón metálico, circular, enmohecido...
Chapman sintió un nudo en la garganta.
—¿Has dicho... enmohecido?
—Si, Eddie . El Asfelgor que he visto... estaba en el templo. Es el mismo. Se dice que se trata del cadáver momificado en el siglo pasado... en Inglaterra... Conservado por sus discípulos y trasladado a California.
—Es... es absurdo...
—No estás hablando con una torpe ignorante, Eddie. Las escenas de horror vividas no me han impresionado hasta el extremo de hacerme delirar. Te recuerdo que soy experta en demonología. He visto a Asfelgor. Reconozco que es...
Chapman accionó la puesta en marcha del Mustang.
El rugir del motor hizo respingar a Natalie.
—Eddie..., ¿qué haces?
—Vamos a San Francisco.
—Pero... La policía... El teniente Bennett...
—Ya hablaremos con él —dijo Chapman, con dura voz—. Esto quiero solucionarlo. Salir de dudas en tu fantástica hipótesis. Quiero contemplar con mis propios ojos a Asfelgor. Vamos a visitar su templo.
CAPITULO IX
En Shea Road. En las afueras de San Francisco. Una especie de barracón. Un hangar con extraños signos cabalísticos en la fachada. Letras de grandes moldes. Templo de Asfelgor. Uno más en la populosa ciudad de San Francisco. Ciertamente proliferaban en California. Sectas para todos los gustos.
Eddie Chapman detuvo el auto.
Shea Road era una calle de reducida iluminación. Solitaria. La noche parecía allí más tenebrosa. Más lúgubre. Más siniestra y oscura.
—¿Tienes miedo, Natalie?
—Sí...
—Perfecto —sonrió Chapman—, Ya somos dos. Puedes quedarte aquí. Yo sólo echaré un vistazo y...
—No. Voy contigo.
—De acuerdo...
Descendieron del auto.
Encaminando sus pasos hacia el barracón.
Una puerta de doble hoja servía de entrada al hangar. Permanecía cerrada. Era visible un llamador de anilla. Semejando una serpiente enroscada.
—No es la primera vez que veo una serpiente similar... Fue en la torreta —dijo Chapman—. En el pomo de entrada.
—Es el emblema de Asfelgor. Una serpiente mordiéndose la cola —murmuró Natalie—. También su infernal anillo es serpentino. Con grabados que encierran gran poder para su poseedor.
Eddie Chapman tiró del llamador.
Y al instante se escuchó un tenue crujir. Como el deslizar de una cerradura. Una de las hojas de madera se entreabrió.
—Bien... Parece que nos estaba esperando.
—Eddie...
—Tranquila, pequeña —sonrió Chapman, apoderándose de su revólver—. Ni el mismísimo diablo resistiría un balazo entre ceja y ceja.
Eddie Chapman empujó la entreabierta hoja.
Al adentrarse en el interior del barracón, con una temblorosa Natalie pegada a su espalda, se encontró cercado por rojos cortinajes. Había una mesa con una bandeja donde se depositaban los donativos. También un quinqué de mortecina y vacilante llama.
—El... el cortinaje del fondo —dijo Natalie—. Conduce a la sala... Lo recuerdo de mi anterior visita. No conseguí información alguna de la secta. El hechicero estaba en trance. Eso me comunicaron los discípulos.
—¿El hechicero?
—No recuerdo su nombre... Fueron muchas las sectas visitadas para completar el dossier. Si recuerdo que el Templo de Asfelgor era dirigido por un hechicero. En otras sectas se denominan profeta, adorador, mago, elegido...
Eddie Chapman apartó el cortinaje con el cañón del Smith & Wesson.
Descubrió la sala.
Espaciosa.
Iluminada con antorchas. Infinidad de antorchas que colgaban de las paredes. El crepitar de las llamas resultaba siniestro. Extendiéndose como en un eco. Resultando casi ensordecedor.
En el centro de la sala, igualmente rodeado de antorchas, se alzaba el pedestal. Y sobre la piedra...
Chapman se aproximó.
Como hipnotizado.
Con los ojos fijos en la macabra figura. Un cadáver momificado. Al menos eso parecía. Un rostro cadavérico y descamado. Las cuencas de los ojos dos esferas rojizas. Dos diminutos cuernos en las sienes. Las orejas puntiagudas... Sus manos no eran iguales. Una de ellas, la derecha, estaba cosida a un negruzco muñón. Aquella mano parecía mejor conservada que la izquierda. Como si hubiera resistido mejor el paso de los años. Ambas manos sí estaban ligeramente engarfiadas. Con largas y afiladas uñas. El moho impregnaba sus ropas. Su acartonada piel...
—Es... es él... Así le vi en la casa de Stratten —musitó Natalie, casi sin aliento—. Es él...
—En efecto, Natalie —dijo súbitamente una voz que pareció surgir de todos los rincones de la sala—. Asfelgor se dignó a comparecer ante ti.
Eddie Chapman giró con rapidez.
Su diestra hizo que el cañón del revólver realizara un movimiento de abanico.
Descubrió al individuo. Vistiendo una larga túnica. La cabeza rapada. Un hombre joven. Extremadamente delgado. De salientes pómulos que acentuaban su enteco rostro. Estaba descalzo. Avanzó hacia el centro de la sala. Con suavidad. Como si se deslizara sin pisar el suelo.
—¿Quién eres? —inquirió Chapman, secamente—. ¡No des un solo paso más!
Una sonrisa se reflejó en el enfermizo rostro del individuo.
—Soy Malcom Clarke, hechicero y guardián del templo; aunque por poco tiempo. Con vosotros sumaré... seis. Si. Eso es. Seis. Sólo faltará una. Siete son las victimas que debo ofrecer a Asfelgor. Y entonces... entonces el espíritu infernal de Asfelgor se reencarnará en mí. Yo seré Asfelgor.
Chapman asintió.
—Okay. Creo que comprendo. Y de seguro también el jurado. Tienes suerte, Malcom. No serás condenado a muerte. Permanecerás el resto de tus días en un bonito manicomio.
El individuo rió en gutural carcajada.
—¿Me consideras un toco?... Pobre infeliz... Tú sí has sido un loco al entrar aquí... Tú y la muchacha... Mira... Mirad mi mano... Este es el anillo... el anillo de Asfelgor... El anillo que me conviene en el hombre más poderoso y temible del mundo... Sembraré el caos y la destrucción...
Eddie Chapman dirigió una despectiva mirada al anillo serpentino que figuraba en la diestra del individuo.
— Un anillo mágico, ¿eh? Te felicito.
—¿Mágico?... ¡Infernal! Fue otorgado por Satanás a su fiel Asfelgor. Durante años y años permaneció oculto. Acaparado por los Stratten. Los malditos Stratten... Asfelgor les protegió con su bendición infernal. En recompensa por salvar la amputada mano. Fue un Stratten quien la rescató del campo de batalla... Los
Stratten siempre gozaron de esa protección... Más de un siglo de afanosa búsqueda... todos los discípulos de Asfelgor tras el anillo diabólico... Sin éxito. Era imposible. Los Stratten guardaban bien su tesoro. En un altar. Con los signos infernales de protección. Con el cráneo del primer Stratten convenido al satanismo sobre el libro de oraciones infernales. Los descendientes del primer Stratten, decapitado después de su conversión, se dedicaron en cuerpo y alma al Señor de las Tinieblas. Al igual que yo... Yo he sido el más fiel servidor de Asfelgor, pero me faltaba el anillo... Ahora es mío... como recompensa a mi total dedicación... Y Peter Stratten ha sido castigado.
—Tú te encargaste de ello.
El individuo volvió a reír.
Satánico.
—Sí... Al permitir que manos sacrílegas tocaran la amputada mano de Asfelgor, toda protección desapareció sobre los Stratten. Por supuesto que Peter Stratten tenía poderes para recuperar la reliquia, pero yo me adelanté a él. Mi mente captó el lugar donde se encontraba la mano sagrada. En poder de una muchacha llamada Paula Randner. Acabé con ella. Asfelgor acabó con ella. Ya he comunicado la buena nueva a todos los discípulos. Ellos divulgarán la noticia a los incrédulos seguidores que habían dejado de acudir al templo. Ahora si acudirán. Ahora sí se manifestará todo el infernal poder de Asfelgor. Siete victimas... Siete sacrificios sangrientos y seré realmente Asfelgor. Su reencarnación.
—Paula, Stratten, los dos sirvientes... Ahí terminas, Malcom. Ya es bastante para tu locura.
—Perro incrédulo... te burlas del poder de Asfelgor... del poder de los infiernos... Yo te demostraré lo contrario... Yo te conduciré a los abismos de las tinieblas eternas... ¡Asfelgor!... ¡Asfelgor!...
Natalie gritó.
En aterrado alarido.
La figura, el momificado cadáver, estaba alzando su brazo derecho. Extendiendo su engarfiada mano hacia Chapman. En el cadavérico rostro destellaron las rojizas esferas de los ojos. Como diminutas bolas de fuego.
Eddie Chapman giró.
Parpadeó estupefacto.
Sin comprender el desgarrado grito de Natalie y su mueca de terror.
No hizo pregunta alguna. Malcom Clarke avanzaba hacia él. En su diestra un descomunal cuchillo de larga y ancha hoja.
—Atrás, Malcom... Atrás o te vuelo la cabeza de un balazo...
—¡Adelante! —rió el individuo alzando su brazo armado—. ¡Dispara!... ¡Nada puedes contra mi!... ¡Nada puedes contra Asfelgor!...
Eddie Chapman apretó el gatillo.
Y palideció al oír el chasquido.
El arma se había encasquillado.
Eddie Chapman se hizo a un lado. Esquivando la acometida del individuo. Como en sus mejores tiempos de jugador de béisbol. Y Malcom Clarke, cuchillo en alto, trastabilló cayendo sobre las antorchas que cercaban el pedestal. Incendiando de inmediato su túnica.
Comenzó a aullar.
Revolcándose por el suelo convertido en antorcha humana. Chocó contra el pedestal haciendo caer el ídolo. También se incendió. En voraz y súbita llamarada. Como si brotara de allí todo el fuego del Averno.
EPILOGO
Eddie Chapman empujó el carro donde se depositaba la máquina de escribir. Se incorporó comenzando a pasear por la estancia.
—¿Qué te ocurre. Eddie?
—No puedo, Natalie... No puedo escribir. Esto es diferente. Es una historia irreal, no creo en ella.
Natalie esbozó una sonrisa.
—¿No crees?
—¡No, maldita sea!
—Tienes miedo, Eddie. Eso te ocurre. Tienes miedo de narrar los hechos. De contar lo que realmente sucedió. Te resistes a creerlo, pero tú sabes que todo aconteció realmente.
Chapman ahogó un suspiro.
—Malcolm Clarke, Asfelgor... La policía descubrió en el domicilio de Malcolm maquillajes, postizos, lentejuelas rojizas, el muñón metálico enmohecido... Malcolm se disfrazó de Asfelgor. Era un loco. Un demente adorador del Diablo que soñaba con ser Asfelgor y organizar orgías; pero... ¿cómo pudo presentarse ante ti y desaparecer como un fantasma?
—Ya te lo he dicho. Eddie. Malcolm Clarke era un individuo dotado de extraordinarios poderes mentales. He conocido a hombres así. De elevados poderes psíquicos. Les he visto en asombrosos fenómenos de telequinesia... Desplazando objetos sin causa física observable. Levitación, fabricación de imágenes irreales... Sucesos paranormales. Malcolm estaba en posesión de esos poderes. Y no me sorprendería que fueran otorgados por el mismísimo Satanás. Lo cierto es que... detectó la amputada mano con el anillo y empezó su orgía de sangre.
— La policía ya tiene su versión de los hechos. Ben Williamson y Paula. Ben envenenado por los arañazos de un gato encontrado en la mansión de Stratten. Y Paula...
El rostro de Natalie se ensombreció.
—Su muerte debió ser horrible... Aunque Malcom fuera disfrazado de Asfelgor. De seguro horrorizó a Paula al máximo. Con todo tipo de alucinantes escenas. Diabólicas. Tal como me hizo ver a mi... Yo estaba realmente frente a Asfelgor. Estaba allí. En el despacho. Podía oír su voz. Al igual que cuando me hizo ver mover el momificado cadáver... Mi mente estaba siendo dominada por Malcolm. Me hacía ver todo el terror que él deseaba.
—Yo no vi mover la momia.
—El poder mental de Malcolm se centró en aquel momento sobre mi; aunque luego sí encasquilló tu revólver. Fue él. No lo dudes, Eddie. A ambos sí nos hizo ver luz en la torreta. Sin duda Malcolm estaba cerca de la mansión... escondido entre los Cipreses... Deseando alejarnos de allí...
Chapman asintió.
—Es... es una historia fantástica y demoníaca. Tal vez termine por escribirla. Me gusta. No tiene un final feliz. Mejor aún... no tiene final.
—¿Por qué dices eso? Malcolm quedó convertido en cenizas. Al igual que la momia. Fuera o no el cadáver de Asfelgor. Todo el barracón pasto de las llamas.
—La policía no encontró el anillo de Asfelgor. No estaba en el carbonizado cuerpo de Malcolm. ¿Qué fue del anillo, Natalie?
Una tenue palidez se apoderó de las facciones de la joven.
—Pues... era un barracón inmenso... es fácil que pasara desapercibido... entre los escombros...
—¿Crees eso. Natalie?
Se miraron a los ojos.
—Quiero creerlo, Eddie —murmuró la muchacha — . Quiero creer que el satánico anillo de Asfelgor no será jamás recuperado. Si..., eso quiero creer.
Chapman tomó entre sus brazos a la joven.
—Voy a necesitar tu ayuda para escribir la historia, Natalie.
—Estoy contigo. Eddie.
Eddie Chapman besó los gordezuelos labios femeninos. Y Natalie correspondió. Ambos se olvidaron de la historia de horror, sangre y muerte.
Estaban iniciando una historia de amor.
FIN